En la vida de un árbol se produce un proceso de ocupación del espacio aéreo para conseguir la iluminación necesaria para la fotosíntesis que consta de tres fases.
La fase de juventud comienza con un crecimiento de fuerte predominio apical que se atenúa para comenzar el desarrollo de las primeras ramas laterales. La relación entre la masa de las hojas y la de las estructuras vivas de soporte (albura) es alta por lo que los anillos de crecimiento anuales son anchos.
En la fase de madurez termina el crecimiento de la yema apical, se produce el desarrollo de las guías laterales hasta alcanzar su máxima expresión y concluye con la pérdida de dominancia de las ramas laterales. En este momento la copa tiene su máxima proyección. Es una etapa prolongada en la que la estructura se mantiene estable. La producción neta, que se mantiene en equilibrio, va disminuyendo debido a que la masa de materia de soporte viva se incrementa mucho más deprisa (el volumen crece según un exponente cúbico) que la masa foliar (la superficie crece según un exponente cuadrado). Para compensar se produce la transformación de la albura en duramen (madera no funcional), el cual inicia su descomposición a cargo de los hongos y otros organismos saproxílicos pudiendo formarse un hueco en el tronco.
En la fase de senescencia o vejez: se inicia el atrincheramiento que es un proceso en el que el árbol reorganiza la disposición de su follaje llevándolo hacia posiciones más bajas y abandonando las zonas terminales de las ramas y de las raíces al ser ya incapaz de mantenerlas. Se produce una pérdida de estructuras que se inicia con la pérdida de las ramas apicales, continúa con el descenso de la copa a la parte intermedia del ramaje y concluye con la presencia de las últimas partes verdes en la zona del tronco próxima al suelo. En paralelo, progresa extensamente la podredumbre del duramen (madera muerta y más oscura de la parte interna del tronco) y las dimensiones del hueco por la actividad de los organismos descomponedores.
Un árbol
trasmocho, al formarse, pierde la yema apical en sus primeros años produciéndose un conjunto
de brotes nuevos a partir de yemas que originan un conjunto de
ramillas dotadas de una elevada capacidad para colonizar el espacio.
Entre estas ramillas no existe ninguna relación de dominancia
funcionando cada una de ellas, a los efectos, como un joven árbol. La copa de
un trasmocho es, realmente, un bosque de árboles. Entre las ramas se establece
una competencia intensa por la luz y por los recursos que se absorben desde el
suelo.
La proximidad
de las ramas impide la suficiente insolación de las hojas situadas en la parte
inferior del árbol lo que reduce los ingresos energéticos. Conforme las ramas
alcanzan su longitud máxima se incrementa la desproporción entre la masa
fotosintetizadora y la masa de materia viva
no productiva.
Tras la fase
juvenil no comienza una fase de madurez sino que directamente cada gran
rama entra en la fase de senescencia ya que la mayor parte de las ramillas
laterales no dispone de espacio para su crecimiento. En paralelo, los recursos
energéticos que llegan a las raíces se aminoran produciéndose tanto una
reducción en la capacidad de crecer y de ocupar nuevos espacios bajo tierra
como una pérdida de las estructuras vivas existentes, especialmente de raíces
exploradoras y absorbentes.
Este es el
momento en el que tradicionalmente se realizaba el siguiente desmoche que
reiniciara el ciclo. Si esto llega a ocurrir se crea un nuevo espacio
susceptible de ser ocupado, lo que devuelve al árbol a su fase juvenil y a una
situación con producciones netas elevadas.
Además, el desmochado periódico
permite al árbol compartimentar mejor las heridas, reducir la pérdida de albura
y minimizar la afección radicular.
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