jueves, 28 de diciembre de 2017

UNA TARDE CON LAS OVEJAS DE PEDRO CIRUGEDA

El paisaje del Alto Alfambra está definido por el marco físico del sector meridional de la cordillera Ibérica. Suaves relieves, notable altitud, variedad de rocas sedimentarias y, sobre todo, un clima de escasas precipitaciones y temperaturas bajas con acusada oscilación estacional. Pero, igualmente, este escenario es como es debido a un determinado aprovechamiento de los recursos naturales por el ser humano. Desde hace milenios ha dejado su impronta en el paisaje vegetal y en el cultural. La agricultura y, en especial, la ganadería ayudan a comprender y a disfrutar en toda su magnitud la estética y el funcionamiento de los extensos y hermosos páramos, de los secanos cerealistas o de las dulces dehesas de chopos cabeceros que acompañan al río Alfambra. Pero también, el carácter de sus gentes o su forma de entender la vida. 


Durante siglos y siglos, la organización del tiempo para la mayoría de sus vecinos ha venido marcada por el ciclo natural de la crianza del ganado, tanto de las vacas como de las ovejas. Por eso es tan importante conocer cómo se gestionan los rebaños, un conjunto de saberes que, aunque actualizado a las técnicas y a los requisitos del mercado, hunden sus raíces en una cultura trasmitida de padres a hijos.

Conocíamos a Pedro Cirugeda por su carácter observador y por el conocimiento de los montes de Camarillas. Su interés por el patrimonio se ha traducido en el descubrimiento de importantes hallazgos paleontológicos y arqueológicos, así como en el conocimiento de la flora silvestre, tras lo aprendido junto a estudiosos como los hermanos Herrero de Galve o a otros naturalistas que se han acercado a Camarillas. Su hermana Rosa y José Antonio Sánchez me animaron a hablar con él, acordando acompañarlo una tarde de diciembre por el monte mientras cuidaba su ganado. Era una oportunidad para aprender en directo y sobre el terreno los secretos naturales y culturales que encierran estas tierras altas, incluyendo los de la ganadería, la piedra roseta para interpretar este paisaje. 


Nos acercamos a su masada, donde reúne buena parte de sus tierras. Junto a la vivienda, hay una paridera.


En el corral sesteaban tres ovejas con sus corderos, una curiosa gata y un bando de palomas.


Entramos en el cubierto donde había varias estancias comunicadas entre sí. Las paredes estaban recorridas por pajeras de madera bien cumplidas de paja. En algunos puntos había bebederos conectados con un depósito de agua, situado en el interior para evitar las heladas. El espacio estaba compartimentado por vallas metálicas. 

En uno de los cercados había un grupo de ovejas con sus cordericos, nacidos durante la noche anterior, haciéndose ellos a ellas (y viceversa) a base de rozar, oler ... y de tetar. Es fundamental esta vinculación. Si una oveja no reconoce a su cordero, si no lo alimenta, en este tiempo frío, en menos de un día el pequeño morirá. Pedro las vigila una a una.

En otro cercado más amplio corretea una veintena de corderos algo mayores. Tienen pocos días. Están solos. Ahora mismo, sus madres están pastando en el campo. Pedro les pone comida en unas canales metálicas, pero aún no ponen mucho interés, pues prefieren la leche de las madres que retornarán en unas horas. Algunos son más menudos, los de menos días y los nacidos en partos dobles, los melguizos. Inquietos y en la penumbra, no se dejan fotografiar.


Nos acercamos a una pequeña paridera vecina que utiliza igualmente para organizar mejor el ganado. En el cubierto, hay más compartimentos separados por más vallas de hierro. En un extremo, seis mardanos, grandes y hermosos, los sementales del rebaño.


A su lado un par de machos jóvenes, separados hasta que sean capaces de integrarse con los demás. Los mardanos tienen mucha energía y agresividad, por lo que pueden dañarse a base de topetazos.

En unos pequeños recintos vemos a otras tantas ovejas atadas por el cuerpo con sus respectivos corderos. Ahí están sujetas para estimular el instinto maternal, para favorecer la relación entre una y otro. Es cosa de días. Cuando se consigue, se llevan a la otra paridera, y a comer al campo.


Y, por último, en el espacio mayor, se va engordando, a base de cereal, semilla de algodón y de gránulo, a una docena de corderos hasta que alcancen el peso para ser vendidos a la cooperativa Oviaragón, de la que nuestro amigo es socio. Nos comenta que los corderos consumidos para carne podrían pastar perfectamente en el campo teniendo un engorde más natural aunque más lento. El mercado y la rentabilidad mandan.


Pedro suelta a los dos perros, que lo reciben cariñosos y corretean con energía. Nos enseña la fuente que arregló junto a su padre. Tan solo sale un hilo de agua. Cualquier otro año, por estas fechas, llevaría mucho más caudal. En las pilas, se ha formado una fina costra de hielo. Nos explica que toma el agua por medio de una tubería de un antiguo chumarrial situado en el campo vecino. El agua es esencial en su trabajo. Nos vamos al campo.


La masada de la Atalaya, como otras muchas del término de Camarillas, está ubicada en la suave ladera de solana que desciende de una ringlera de cinglas calizas que separan las cuencas del Alfambra y la del Guadalope (río de la Val). Observamos la amplia ladera. Pedro nos señala el campo en el que dejó las ovejas por la mañana. No las vemos ni con prismáticos. Habrá que buscarlas.


Mientras vamos subiendo, nos explica con detalle la geología del terreno. El tipo de rocas, su edad, los ambientes sedimentarios y las estructuras tectónicas. Vamos pasando de unas formaciones geológicas a otras. La Formación Villar del Arzobispo, da lugar a la de El Castellar, que está cubierta por la de El Castellar y esta, a su vez, por la Formación Camarillas. Vamos cruzando las líneas imaginarias que tan bien reflejan los mapas. Nos movemos entre el final del Jurásico y el principio del Cretácico. 


Pasamos junto a otra fuente, esta completamente seca. Nos cuenta cómo la preparó también junto a su padre, ya fallecido, de quien ha aprendido el oficio y por quien muestra un profundo respeto. Ni rastro de las ovejas.

Nos muestra un campo en rastrojo. Nos explica que hace cincuenta años eran prados en los que pastaban vacas. Hoy solo vemos tierras secas. Pensamos en los cambios que han operado desde entonces. Cambios en el clima, largos periodos secos, al menos en las últimas décadas. Cambios sociales y productivos. Mecanización, especialización, simplificación ...

Nos indica, mientras tanto, algunas de las plantas que come el ganado. El alamio (Carex humilis), el cerrillo (Stipa sp.) ...


la hierba de los siete nudos (Polygonum aviculare), la pedrehuela (Thymus godayanus) ...


y otras que las rehúsa como la curruguia (Digitalis obscura), la ontina (Santolina chamaecyparissus), la ajedrea (Satureja intrincata ssp. gracilis) o la toyada (Genista mugronensis).

Subimos a unas crestas situadas a media ladera. Y ahí las tenemos. Cerca de cuatrocientas hermosas ovejas. Han estado comiendo en los rastrojos. Las espigas no cosechadas y la paja. Y después se han subido al monte. Pedro les echa unas voces y, ellas solas, comienzan a volver. No hace falta subir a recogerlas. No hacen falta los perros que escuchan las órdenes y observan  los movimientos del ganado.


En los campos de abajo, aquí y allá, acabamos encontrando tres corderos recién nacidos. Algunos están con la madre, que los lame, aprovechando los fluidos que impregnan su lana tras el parto. El otro está solo, balando, por lo que nos ponemos a buscar a la despistada madre. No está lejos, es fácil de reconocer por tener restos de la placenta en la vulva, completamente ensangrentada. Nos cuenta Pedro que no es habitual que nazcan tantos corderos en el campo en una misma tarde.


Hay que recogerlos. Los cogemos de las patas delanteras y nos acercamos al rebaño que baja con ganas de llegar a casa. Dos de las madres nos siguen inquietas sin separarse de su corderico. La otra se ha juntado con las demás ovejas aunque se la conoce por ser la que más bala. El cordero, igualmente, incómodo al ser llevado de la mano, no para de balar. La madre, aún más nerviosa, da vueltas y vueltas a nuestro alrededor.



Vamos bajando con el rebaño. Vuelven con ganas. Algunas por encontrarse con sus corderos y darles de mamar pues llevan lleno el braguero. Otras por que tienen sed. Todas, satisfechas después de haber comido y estirar las piernas por los campos.


Cae la tarde y no da tiempo a pastar más. Han comido bien en los rastrojos a pesar de que este otoño no hay renacido pues ha venido muy seco. Los pastos son escasos, hay que echar mano a la cosecha propia. Aumentan los gastos.

Tanto al subir como al bajar, Pedro nos ha ido explicando sus hallazgos. Aquí unos restos paleontológicos, allá los alizaces de un poblado celtíbero sobre una cresta, algo más lejos el espejo de una falla responsable de la elevación de los materiales mesozoicos del Alto Alfambra sobre los terciarios de La Val. Todo tal como viene, casi sin buscarlo.


Y, en eso que llegamos a la paridera. Tienen ganas de entrar. Pero hay que estajarlas. Primero las ovejas recién paridas con sus cordericos. Nos enreda una de ellas que hay que descubrirla entre todo el rebaño pues no tiene mucho instinto materno y hay que buscarla entre la multitud. Las marca con una pintura de cera roja sobre la lana del lomo para distinguirlas. Después aquellas ovejas que están dando de mamar. Una a una hay que ir entrándolas sin dejar pasar a las que no lo están. Se les conoce por la marca reciente. También es enredo pues todas tienen ganas de entrar a la vez.


Las madres balan al entrar en el corral. Dentro de la paridera, los corderos las conocen y les responden. Un coro de balidos llena el silencio del crepúsculo. Los juntamos y cada cual va a buscar el suyo, que comienza a mamar, al tiempo que come algo de pienso en la canal.

Después, dejamos entrar al resto al corral donde dormirán viendo las estrellas.

Nos acercamos a dar vuelta de la otra paridera para llevarles agua al resto de las madres, mardanos y corderos. Y nos vamos hacia el pueblo.


Cuidar los rebaños es toda una sabiduría ancestral. Las ovejas son los escultores de la comunidad vegetal de los páramos de la cordillera Ibérica. Son las responsables de unos ecosistemas esteparios únicos hoy valorados por ofrecer hábitat a especies singulares y por su indudable valor escénico. Los ganaderos, son los creadores de esta obra que llamamos paisaje cultural del Alto Alfambra y del que los chopos cabeceros son tan solo una parte. Una obra que, como en ocasiones ocurre con el arte, necesita tiempo y reflexión para ser bien comprendida.

domingo, 24 de diciembre de 2017

UNA POSTAL DESDE LA VEGA DE CEDRILLAS

Volvía de realizar el sendero que une Cedrillas con el nacimiento del río Mijares. La mañana había mejorado después de una noche heladora luciendo el sol sobre un cielo de intenso color azul.

Poco antes de incorporarme a la carretera puse mi atención en un detalle del paisaje.


Un árbol solitario emergía sobre un campo. Era un peral. Un peral viejo. Para lo avanzado del otoño aún mantenía buena parte de las hojas que, por otra, parte no habían virado al rojo. Cosas de este otoño anómalo, demasiado seco y templado para lo que es habitual en esta parte de la cordillera Ibérica. Posiblemente sea un superviviente de los frutales que se plantaban antaño para abastecer las despensas de las masadas, por entonces llenas de gente. El árbol es un testimonio, otro más, de otro tiempo, de otra forma de vida, de otro modelo agrícola. Desconozco la variedad del peral. Estos frutales tradicionales, bien adaptados al terreno, van desapareciendo con lo que supone de pérdida para la biodiversidad agrícola y de erosión genética.

El peral crecía en lo que hoy es un campo de secano. Es muy probable que antes también lo fuera. El freático es somero, por la cercanía del río Mijares y por tratarse de suelos profundos. Era un rastrojo de cereal, aún por levantar.  

Inmediato, tras el campo, asoma el monte. Un monte sin cubierta arbolada, que permite diferenciar las rocas que lo constituyen. Destaca el relieve en cuesta. La acción erosiva de las aguas superficiales sobre las rocas ha creado un resalte que emerge con fuerza en el paisaje.

En esta ladera del Alto Mijares afloran arcillas, areniscas y calizas que fueron depositados en mares someros durante el final del Jurásico (Malm) en una zona cercana a la costa de una plataforma continental del mar de Tethys. Los avances y retrocesos de la línea de costa, debidos a las transgresiones o a las regresiones marinas, quedaron fielmente reflejadas en los sedimentos. Las arcillas (de colores grises y verdosos) y las areniscas son aportes de origen continental que se asocian a la retirada de la línea de costa (regresión) mientras que las calizas se depositaron por la precipitación del carbonato de calcio disuelto en el agua de mar cuando este avanzó tierra adentro (transgresión).

Estos estratos, y los que los sepultaron durante el Cretácico, fueron levantados y plegados durante la orogenia Alpina. Y, con posterioridad, unos y otros fueron arrasados dejando por la acción de los agentes erosivos dejando a la intemperie, precisamente, estos materailes jurásicos. Pero, no todos tienen diferente competencia ante la erosión. Las calizas son más resistentes que las arcillas y las arenas. 

La alternancia de rocas de diferente resistencia y la disposición en estratos inclinados posibilita la formación de unas facetas angulosas, de aspecto triangular, formadas por resaltes calizos. 


Los geólogos les llaman chevrons. Unos muy conocidos en el sur de Aragón y que además están declarados Lugar de Interés Geológico son la "Rochas de Fonfría" en el Alto Huerva (comarca del Jiloca).
Sierra de Oriche. A la izquierda la ermita de la Virgen de la Silla. Foto: DescubreJiloca

Subirse a uno de estos resaltes calizos evidencia la continuidad de los estratos, incluso cuando estos están buzados y parcialmente erosionados.

La vegetación, lenta pero implacablemente, coloniza estos sustratos. Tras remitir la presión ganadera durante las dos últimas décadas, el lastón y el tomillo prosperay en las grietas de la caliza. Y, todavía mejor, sobre las arcillas y las arenas que las tapizan o entre las que se intercalan. Estas plantas, y otras acompañantes, constituyen una formación vegetal abierta y de escasa altura, bien adaptada a la sobreiluminación, a los suelos con escasa capacidad de retención y a la ausencia de materia orgánica. Con sus raíces bien trabadas retienen la tierra, con el aporte regular de sus restos (hojas y raicillas muertas) enriquecen en materia orgánica el suelo. Es la piel del monte. Bueno, la primera capa en la cicatrización de la herida que supone la exposición de la roca madre. Esa gran herida que supone la desaparición del suelo tras la desaparición del bosque. Esta primera "capa celular" creará condiciones que permitirán la entrada de otras plantas de mayor biomasa y talla, como la aliaga (Genista scorpius), la galabarda (Rosa canina), el enebro (Juniperus communis) o el billomo (Amelanchier ovalis), que constituirán la siguiente capa de este "tegumento" en reconstrucción a lo largo de las próximas dos o tres décadas. Siempre que no se produzcan nuevas perturbaciones, en forma de fuego o de erosión intensa por lluvias torrenciales. Es todo un equilibrio inestable.

Lastón (Brachypodium retusum), una hierba propia de terrenos secos, iluminados y expuestos a la erosión.
Desde lo alto de estos cerros se podía contemplar la vega de Cedrillas. En esta depresión se han acumulado durante el Cuaternario sedimentos detríticos aportados por el río Mijares desde la cabecera del valle (aluviones) o por las aguas de arroyada en su descenso desde los montes cercanos (coluviones). Estos depósitos quedaron retenidos en una depresión encajada entre los montes cercanos. La transformación del entorno por el ser humano ya en tiempos históricos posibilitó aprovechar la fertilidad de estos sedimentos y la proximidad del acuífero mediante su puesta en cultivo, siendo desde entonces algunas de las mejores tierras agrícolas de esta localidad.


No encontramos acequia alguna en esta vega. Es más, el único curso de agua distinto al río Mijares es una larga zanja que surge en medio de la vega y cuyas márgenes están pobladas por sargas (Salix viminalis). Esto nos hace pensar que tal vez se trate de un drenaje de la vega que permita desaguar hacia el río el agua que empapa las tierras agrícolas durante periodos húmedos en los que el freático puede llegar a aflorar.


Un paso atrás nos permite ampliar la perspectiva e incluir otro elemento de este paisaje agrícola y ganadero. Los lindes arbustivos de los campos. Los ribazos con matas espinosas. 


Estos setos, en este caso formados por endrinos (Prunus spinosa), son ambientes apropiados para las plantas que no soportan la iluminación directa y para los animales propios de la orla del bosque. Enriquecen ecológicamente estos ambientes agrarios y ofrecen, a quien lo desee, la oportunidad de recoger sus frutos para su maceración con anís y prepararse unas botellas de licor de endrinas. Vamos de lo que los navarros llaman pacharán. Siempre que no se descuide uno, pues los mirlos, tordos y otros pájaros dan buena cuenta de estos frutos desde primeros de octubre.


Y, es que, cualquier paisaje encierra historia de procesos naturales y del manejo humano. La postal de la vega de Cedrillas, también.

jueves, 21 de diciembre de 2017

SOLSTICIO DE INVIERNO

Tras una larga noche, el Sol asoma por los montes de Jorcas. Otra noche de helada en la loma. Los erizos aguantan estoicos el aire frío, que a uno le muerde en la piel. Nada se mueve. Nada se oye.


Pero, en unos minutos, conforme termina de asomar el sol, la rosada se desvanecerá sobre las matas y las piedras. Comenzará otra mañana de diciembre.


La mañana del solsticio de invierno. Aún falta para que los árboles salgan de su profundo sueño. Aún queda todo el invierno. Ojalá que el invierno nos traiga dos o tres buenas nevadas que recarguen de agua los montes, que devuelvan el caudal a los ríos, que aseguren las cosechas y los pastos. Y si son cinco nevadas, pues mejor.

Mientras tanto desde este blog os deseamos a lectores y colaboradores ilusión para vuestros proyectos y salud para llevarlos adelante en este 2018 que está a punto de entrar. Mientras tanto ... ¡Feliz Navidad!

domingo, 17 de diciembre de 2017

UN PAJAR DE ABABUJ. UNA CLASE DE GEOLOGÍA

Recorríamos el precioso sendero que discurre entre Jorcas y Aguilar del Alfambra cuando nos acercamos al meandro que este río traza junto al molino de Ababuj. Nos acercamos y saludamos a una señora que nos mostró su hermoso jardín, donde crecían las largas varas de malva, y su corral en el que andaban una veintena larga de inquietas gallinas. Eduardo quiso fotografiar un ganado de ovejas que pastaba en un rastrojo de la vega y remontamos el escarpe rocoso llegando hasta la gran planicie que se extiende por el Prado del Pleito y Los Salobrales, hasta el cauce del río Seco a su paso por el Barranco de La Hoz, al pie del pueblo de Ababuj.

Allí estaba el pajar.


Con su puerta en alto, a la altura de la era. Y su abigarrado muro de piedra multicolor. Ahí puse la atención.


Predominaban los trozos de caliza de color gris claro y grano finísimo. Los geólogos les llaman micritas. Tenían caras aplanadas. Las fracturas (diaclasas) y los planos de estratificación formarían ángulos de 90º y, al ser estratos de espesor centimétrico, fueron abriéndose en trozos que recordaban a los sillares. Pero no lo eran.


No encontramos rocas así en el entorno inmediato del molino. Eran muy parecidas a las que afloran en el barranco de la Hoz, cerca del pueblo de Ababuj. En ese caso serían calizas del Jurásico Superior, que por allí aparecen en estratos muy inclinados y que forman parte de un anticlinal kilométrico que se extiende desde Cedrillas. 

No eran los únicos materiales carbonatados. Otras piedras, estas de tonos más amarillentos, estaban formadas por trozos de caparazones de ostras y otros bivalvos ...


... acompañados por finos limos calcáreos de tonos ocres y, todo ello, cementado por carbonato cálcico. A estas calizas ricas en conchas se las llama lumaquelas. Estas parecían proceder de los afloramientos del Cretácico Inferior de Cabezo Sancho, cerca del límite de término con Aguilar.

Otras piedras, de tonos igualmente amarillentos, tenían pequeños granos arenosos y un copioso cemento calcáreo. Eran calcarenitas. Rocas sedimentarias intermedias entre las detríticas (arenas) y las de precipitación carbonatada.


Estas rocas acompañan a las citadas lumaquelas y corresponden a sedimentos del Cretácico Inferior producidos en ambientes litorales de escasa profundidad.

En el muro del pajar eran comunes los fragmentos de areniscas. Unas areniscas de granos gruesos y, aunque bien cementados, mucho más sueltos que los de la calcarenita. Estas rocas las habíamos visto al remontar el escarpe. Son rocas depositadas mucho tiempo después que aquellas. Durante el final del Terciario, en concreto entre el Mioceno y el Plioceno, formándose a partir de los sedimentos transportados desde la sierra del Pobo y desde el macizo de Gúdar.


También eran comunes los trozos de conglomerados. Eran más irregulares. Estaban compuestos por cantos de tamaño centimétrico, de borde suave pero de formas irregulares lo que evidencia una rodadura escasa y una distancia corta de desplazamiento. Predominaban los clastos calizos, pero también los había de areniscas, y una matriz de arenas bastante bien cementadas.


De hecho, estos materiales afloraban en las inmediaciones del pajar. El escarpe de la llanada que se extiende desde La Hoz hasta el cauce del río Alfambra está formado por estos materiales detríticos. Pueden verse ampliamente tapizados por los líquenes rupícolas que los colonizan.  


Pero aún pudimos encontrar más tipos de rocas. Transformadas, eso sí. Arcillas amasadas como barro y dispuestas sobre las tablas clavadas en las vigas. Y arcillas cocidas y moldeadas como tejas.


La arquitectura tradicional ha utilizado siempre que ha podido los materiales de su entorno. La observación de los mismos y la consulta de los mapas geológicos ofrecen la oportunidad de conocer las rocas que afloran en un territorio.


Y es que la pared de un pajar ... ¡tiene mucho que contar!

jueves, 14 de diciembre de 2017

DÍAS DE CELO EN LA CABRA MONTÉS

Es difícil imaginar ahora los estrechos del Alfambra, entre Aguilar y Galve, sin la presencia de la cabra montés.


Pero no fue hasta el año 2003 cuando se empezaron a observar los primeros grupos provenientes de las montes de Aliaga, donde ya hacía algún tiempo que era una especie habitual, probablemente llegados desde los Puertos de Beceite.


Son animales sociables que conviven a lo largo del año en manadas de diferente tamaño y composición. Los machos adultos por un lado y las hembras con las crías y junto algún macho joven por otro.


Sólo en los meses de Noviembre y Diciembre los machos y hembras se reúnen por ser la época de celo, siendo muy fácil de ver grandes manadas por los campos de cultivo dando cuenta de los primeros brotes de las siembras, será a partir del mes de mayo cuando las hembras tengan las crías, aunque normalmente es una por parto no es difícil observar hembras con dos chotos.


La falta de eficaces depredadores naturales en la zona (tan solo el águila real y el zorro), hace que tan solo los accidentes o la falta de alimento limiten su población. El retroceso de la ganadería, la recuperación del matorral en los peñascos y la protección de que goza la cabra montés, han favorecido especie su rápida propagación por el Alto Alfambra, ocupando la totalidad de los roquedos que rodean el cauce del río sin acercarse al mismo por lo que es raramente visible en las choperas alejadas de las alturas.


No es un animal asustadizo ante la presencia humana, solamente si se ven sorprendidos tienden a huir ligeramente hacia las alturas a la vez que emiten su característico silbido de alerta.

Chusé Lois Paricio (texto y fotos)

viernes, 8 de diciembre de 2017

EL PAISAJE CULTURAL DEL CHOPO CABECERO EN EL SIMPOSIO EUROPEO SOBRE ÁRBOLES TRASMOCHOS

Los pasados días 21 y 22  de noviembre se ha celebrado en la localidad de Leitza (Navarra) el 2º Simposio Europeo sobre Árboles Trasmochos organizado por la asociaciones Amigos de los Árboles Viejos y Trepalari, con colaboración del Ayuntamiento de Leitza y el respaldo económico del Gobierno de Navarra.


Buena parte de los árboles trasmochos presentes en las campiñas y montañas de Europa hace décadas que no han sido aprovechados mediante la escamonda. El abandono de la gestión es uno de los principales problemas de conservación que tienen estos árboles campesinos ya que con el tiempo presentan falta de vitalidad y problemas estructurales. Estos árboles tienen un gran valor ambiental, cultural y paisajístico, siendo hoy en día un patrimonio tan valorado como amenazado. Por ello, el esfuerzo de los gestores del medio natural se está aplicando a recuperar el régimen de poda para asegurar la salud y el futuro de estos árboles, generalmente centenarios y, en algunos casos, monumentales. En consecuencia, el tema principal del simposio ha sido la "Restauración de viejos árboles trasmochos: técnicas y resultados".

 

La jornada de exposiciones orales comenzó con las aportaciones de investigadores ingleses, como Helen Read o Jeremy Dagleys, que gestionan espacios naturales propiedad de la ciudad de Londres en los que tienen una extraordinaria importancia ecológica las hayas y los robles trasmochos. Estos árboles, de complicada restauración, están siguiendo un proceso de gestión encaminado a garantizar su futuro y el del hábitat de su entorno.


El equipo de trasmochadores de Leitza presentó a continuación los resultados de los trabajos sobre un centenar de árboles, mayormente hayas, retrasmochados desde hace doce años. Se ha comparado la técnica tradicional de la montaña navarra de poda a la altura de la cruz, con la aplicada por los investigadores ingleses, basada en la reducción de copa.

En Suecia los trasmochos de olmo, tilo y fresno fueron igualmente muy comunes, sobre todo para producir forraje aunque se perdieron en el siglo XX. Hace cuarenta años comenzó de nuevo el interés por la poda del trasmocho aplicando la maquinaria forestal. Actualmente hay subvenciones agrícolas, tanto para la creación de nuevos trasmochos como para el mantenimiento dentro de sus ciclos de corta y en gran número de cursos y publicaciones sobre la gestión de estos árboles para los propietarios.


La asociación profesional Trepalari ha realizado trabajos de recuperación de hayas en el País Vasco experimentando técnicas diversas. La Sociedad de Ciencias Aranzadi presentó igualmente los resultados del seguimiento de hayas trasmochas podadas de diferentes maneras en un bosque de Guipúzcoa.


En el año 2010 la Diputación Foral de Guipúzcoa lideró el proyecto Life+ Biodiversidad y Trasmochos de la mano de la Comisión Europea gestionando un presupuesto de tres millones de euros. El proyecto tenía como objetivo la conservación a largo plazo de los coleópteros saproxílicos de interés comunitario mediante la permanencia del arbolado trasmocho, bien mediante el retrasmochado de árboles con el turno perdido bien mediante la creación de nuevos trasmochos a partir de pies jóvenes que sustituyan a los actuales en un futuro próximo.


Ted Green, veterano investigador de referencia en Europa, insistió en la dificultad de recuperar árboles con el turno de poda perdido hace más de cien años y en la cautela como estrategia a la hora de gestionarlos fomentando el intercambio de experiencias entre el Reino Unido y España, dos países con gran tradición y número de gestión forestal de trasmocho.


Cristina Alcalde presentó las directrices propuestas por la Junta de Castilla y León para aprovechamientos de leñas en trasmochos de roble en la provincia de Soria. Javier Muños, de la Asociación Soriana para la Defensa de la Naturaleza hizo lo propio con el proyecto de inventario colaborativo de chopos trasmochos mediante una aplicación de teléfono móvil que está permitiendo conocer la distribución geográfica, el efectivo y el estado de conservación de estos árboles, siendo destacable que es la primera iniciativa a gran escala que se conoce de esta naturaleza fuera de Aragón.


El Centro de Estudios del Jiloca presentó las singularidades del chopo cabecero en cuanto a su aprovechamiento, interés cultural y ecológico en el sur de Aragón. Y, a continuación fue desgranando muchas de las iniciativas de educación ambiental, publicaciones realizadas, investigaciones, conferencias, web e iniciativas varias que diversas entidades y asociaciones han puesto en marcha durante los últimos quince años dando por fruto un creciente interés en la sociedad por estos árboles trasmochos tan característicos de la cordillera Ibérica. Uno de los frutos ha sido la declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial por el Gobierno de Aragón en 2016 al conjunto de saberes tradicionales que ha originado un paisaje cultural e histórico de gran personalidad que, en definitiva, es un reconocimiento a su valor patrimonial. Y, muy recientemente, la incoación de expediente par la declaración del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra por el Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. Ambas iniciativas fueron muy bien valoradas por los especialistas reconociéndose el acierto de incluir una perspectiva cultural a estos árboles gestionados secularmente por las comunidades locales que, en el sur de Aragón aún se mantienen vivas. 


Las comunicaciones concluyeron con una aportación de Juan Tomás Alcalde sobre la biodiversidad en los árboles viejos y las posibles afecciones por el retrasmocheo a la fauna y con la presentación por Óscar Schwendtner de unas directrices para los trabajos de trasmoche en Navarra.

Los trabajos de conservación de árboles trasmochos realizados en Leitza fueron recogidos en vídeo y presentados en un documental que fue proyectado en el cine municipal.


El segundo día pudo conocerse directamente el trabajo realizado durante doce años en la dehesa vecinal de Leitza, en donde cien árboles han sido trasmochados o recuperados, mediante diferentes técnicas. En dicha mañana podadores de altura redujeron por segunda vez la copa de un árbol podado hace unos siete años para aproximarlo a la estructura original.