jueves, 15 de marzo de 2018

POR AMOR

Antes de los temporales, a primeros de febrero, estaba así la vega, con poca agua y nieve, en Jorcas, Teruel. Un peral, sin duda de buenas peras, y por eso respetado por el agricultor (pese a dificultar las labores en la parcela) destacaba con su oscuro, casi negro color, en las tierra rojizas del Cretácico inferior y por su tronco en espiral común en los viejos perales.


El campo labrado, pero el cereal no nacido, evidenciaba el seco invierno, roto sólo hace unos días. En los lugares fríos se oscurecen, no sé porqué, aun más los árboles de corteza oscura, resaltando entre los chopos cabeceros y las saucedas doradas y rojizas que acompañaban al río Alfambra. Su color y la sombra alargada al mediodía era testimonio del pleno invierno. Los frutales de pepita son los favoritos en la tierras altas, les gusta el frío en invierno, la flor se escapa mejor de las heladas, que aquí duran hasta junio, y los veranos cortos son suficientes para madurar sus frutos. Tradicionalmente ellos y las azarollas (Sorbus domestica) eran las únicas fuentes de vitamina C en invierno por lo que se estimaban y cuidaban más por necesidad que por capricho. 

Hoy en día mantenerlos así, en medio, sí es un puro acto de amor.

Armand Paz (texto y foto)

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