El escultor Francisco Moya era de Jorcas aunque no sé si algún día sabremos el año exacto de su nacimiento en la primera década del siglo XVIII ni quiénes fueron su familia ni cuál fue su casa. Contaban los ancianos de Jorcas en el pasado siglo XX, que los abuelos de sus padres les habían contado siendo niños la historia de un imaginero famoso del pueblo que vivía frente a la ermita de San José porque sus antecesores habían costeado su construcción… Y decían los mismos ancianos que a esa casa volvió a terminar sus días el escultor y sólo salía por la mañana sin dejarse ver ni que viera nadie lo que hacía en la ermita, trabajando hasta la puesta de sol.
Jorcas.- Ermita de San José. Foto: L. P. (1978)
Ermita de San José. Arranque de la bóveda. Obra de Francisco Moya (p. 1755) (1976) |
Después de varios meses, decían, vino un amigo suyo pintor y continuó el misterio hasta que una noche, silenciosamente se marcharon los dos dejando las llaves de la ermita en la puerta para que los vecinos pudieran descubrir su interior: en los medallones de los lunetos había pinturas y cabezas angélicas prologando la visión del altar de madera labrado con escenas religiosas, sosteniendo el sencillo pero conmovedor retablito que representaba muerto al santo de la buena muerte y a sus dos seres más queridos y cercanos.
El retablo sí lo hizo Francisco Moya pero las circunstancias reales de su ejecución quedan confusas de momento, desdibujadas como toda su trayectoria personal, entre las boiras y arabogas de preguntas sugeridas en la hermosa leyenda que sucesivas generaciones fueron creando sobre ligeros atisbos de verdad.
Jorcas (Teruel).- Antiguo altar y retablo de San José (1934) Obra de Francisco Moya. Archivo particular extraída del libro Palabras de parte de Jorcas p. 347 (2006) |
Tampoco está claro con quién ni dónde aprendió el oficio de escultor. Es posible que siendo casi un niño sus padres lo llevaran a Valencia o a Monreal del Campo junto al maestro Antonio Corbinos. En cualquier caso allí debió pasar al menos entre siete y diez años hasta superar el examen que lo acreditara como maestro, es decir, apto para aceptar encargos. Pero en cuanto consiguió titularse, desarrolló con éxito toda su carrera en nuestra provincia y, como enseguida veremos, no le faltó trabajo.
Un reciente artículo de José Mª Carreras sobre la iglesia de Fortanete, lo cita en 1726 como uno de los maestros de escultura que trabajaba en ella sin especificar en qué obra y, según el profesor José Luís Morales, Francisco Moya estaba en Teruel hacia 1732 ejecutando el retablo de la Inmaculada de la iglesia de San Pedro. Justamente ese año tomó posesión del obispado turolense D. Francisco Pérez de Prado, quien desde el primer momento tuvo en muy alta estima el trabajo de Francisco Moya, considerándolo en adelante su escultor preferido.
La protección de tan influyente eclesiástico hizo que desde entonces, a nuestro paisano no solo le llovieran los encargos del prelado sino también las recomendaciones para hacer los retablos de varias iglesias en la provincia, llegando a catalogarlo como “el escultor de retablos” y casi podríamos añadir “especialmente de la Inmaculada” porque en 1735, nada más terminar el retablo de San Pedro, empezó a trabajar en los del altar mayor de la Inmaculada y el de la Virgen del Rosario en Alba del Campo e incluso a colaborar en el del Santo Cristo de ésa misma localidad finalizados en 1738.
Teruel.- Iglesia de San Pedro, retablo de la Inmaculada Concepción. Francisco Moya (1732-1735) Foto: Rafael Gómez. |
Alba del Campo (Teruel).- Iglesia parroquial: Retablo del altar mayor. Foto: Fernando Simón. http://alba-del-campo.blogspot.com/p/blog-page_8477.html |
Alba del Campo (Teruel).- Iglesia parroquial: retablo de la Virgen del Rosario. Foto: Fernando Simón. http://alba-del-campo.blogspot.com/p/blog-page_8477.html |
Inmediatamente después recibió el encargo del Sr. obispo para esculpir entre 1738 y 1740 una de sus obras más celebradas: el altar de la Inmaculada de la Catedral - al que añadiría el escudo obispal al año siguiente- que pintará y dorará Francisco Villarroya y asimismo en 1739, también para la Seo turolense, el de cincelar el nuevo sagrario sin dorar del altar mayor que sustituyó al original -ya muy deteriorado- y puede verse inserto en el retablo respetando el tono natural del conjunto.
Hasta 1743 está ocupado en ésos y otros trabajos menores catedralicios aunque, según comentan J. Monzón y A, Gimeno, poco antes de 1745 Francisco Moya había tallado la hermosa imagen de la Inmaculada Concepción para la colegiata de Mora de Rubielos.
Ahora bien, si los numerosos encargos le obligaban a residir en la ciudad, algunos datos significativos documentados por A. Gimeno, demuestran que a lo largo de su vida el escultor estuvo constantemente vinculado a Jorcas: el 2 de noviembre de 1745 fue nombrado Regidor Mayor –alcalde- del Concejo jorquino y cuatro años después, al inscribirse con su mujer, Francisca Gómez, en la parroquia turolense de San Miguel, lo hacen como habitantes de Jorcas.
El mismo año de 1745, monseñor Pérez de Prado decide culminar las obras en el colegio de los jesuitas -al que desde 1743 había devuelto su antiguo esplendor- encargando a José Martín de la Aldehuela la construcción de la iglesia. Esa fue la última obra que el prelado atendió personalmente en Teruel antes de su traslado a Madrid para responsabilizarse de más altos menesteres. Pero aun desde allí continuó siendo el obispo de Teruel hasta su muerte y siguió vigilante aumentando el patrimonio eclesiástico de la ciudad y diócesis. Nombrado Inquisidor general, Pérez Prado aportó de su propio bolsillo sustanciosas cantidades e intervino en la mejora y renovación de las iglesias turolenses de San Andrés, San Pedro y San Miguel sin descuidar la de la Compañía para cuyo altar mayor había previsto un retablo dedicado a la Dolorosa, naturalmente firmado por Francisco Moya.
Pero hasta acometerlo, nuestro paisano estuvo ocupado en 1747 con el altar mayor de la hoy desaparecida iglesia de San Juan –ahora en la iglesia turolense de San Andrés- y terminarlo al año siguiente.
Teruel: Antigua iglesia de San Juan Bautista hacia 1930 donde hoy está la Subdelegación de Gobierno. Foto: http://turoliense.blogspot.com.es/search/label/Teruel. |
Teruel. Altar mayor de la iglesia de San Juan, obra de Francisco Moya en su ubicación original hacia 1932. Foto: G. Weise. |
A partir de 1748 Moya empezó el retablo de la iglesia de la Compañía considerado por algunos investigadores su gran obra de madurez profesional que al parecer entregó hacia 1752 y desgraciadamente fue destruido en la guerra civil. El trabajo debió simultanearlo con la ejecución de otros altares -esta vez para el templo de San Miguel- al Santo Cristo, Santa Bárbara y el altar mayor, costeado por monseñor y dedicado al arcángel e inevitablemente a la Inmaculada, además del que parece haber hecho para la iglesia del Salvador.
Todos esos trabajos que ocuparon al artista hasta 1755. Sin duda se había convertido en el escultor más prolífico y solicitado del alto clero turolense.
Teruel.- Antiguo retablo del altar mayor dedicado a la Dolorosa en el colegio de los jesuitas (hoy Seminario) hacia 1930. Obra de Francisco Moya. Foto cedida por D. Santiago Sebastián. |
Entretanto, teniendo en cuenta su exitosa trayectoria y quizá a instancias de monseñor Pérez de Prado, ya en Madrid algunos años bien relacionado con el escultor Felipe Castro, decidió pedir la entrada en la recién fundada (1752) -pero todavía no consolidada- Academia Real de Bellas Artes de San Fernando como académico de mérito y con tal propósito, envió a la Villa y Corte en 1753 un relieve sobre La degollación de los inocentes que no obtuvo el ansiado placet, entre otras razones porque los objetivos de quienes en ése momento dominaban la constitución y organización de la Academia, buscaban un enfoque nobiliario, lejos del puramente artístico propuesto en los iniciales estatutos redactados por Felipe Castro en 1751.
Sin duda el contratiempo debió herir profundamente su dignidad de artista ajeno a los manejos e insidias cortesanas y el imaginario colectivo de Jorcas creó la particular y sorprendente versión de esos hechos relacionándolos con el proceso de ejecución del retablo de San José que me relataron hace años algunos ancianos informantes: Se ve que aquél hombre [Francisco Moya] hizo algo gordo en Madrid y cayó en desgracia ante el rey [Fernando VI] que lo condenó a muerte. Pero gracias al obispo de Teruel que tenía mucha mano en palacio, le perdonó la vida y lo mandó aquí para siempre a que viviera como un preso en su casa sin hablar con nadie. Así que mientras estuvo aquí hizo el altar de San José que era una joya ¡ni el de la Virgen de la Vega era tan majo! Luego se escapó de aquí con otro hombre que también era artista y puede que no volviera más por Jorcas…o sí, eso no lo sabemos.
En 1755 murió en Madrid el obispo Francisco Pérez de Prado, su principal valedor y generoso cliente y es posible que con su desaparición, amén de otras circunstancias económicas y sociales, disminuyera el volumen e importancia de contratos para el artista. Como al principio hemos comentado, tanto el retablo de San José como el del altar mayor de la iglesia y el de Cantavieja son obras de Francisco Moya posteriores al fallecimiento del prelado.
¿Fue entonces cuando el escultor volvió Jorcas varios meses para ejecutar in situ el retablito de San José, recluyéndose en la ermita mientras trabajaba para mantener en secreto la composición hasta su total culminación? Si fue así, parece poco probable sin embargo que el día de su bendición no estuviera presente, porque de tales actos surgían nuevos contratos a los talleres escultóricos, como seguramente ocurrió en este caso con los altares mayores de las iglesias en Jorcas y Cantavieja cuyos retablos debieron ejecutarse al mismo tiempo en el taller de Teruel.
Según testimonios de mujeres mayores recogidos en Jorcas en 1978, como eran dos altares a la misma Virgen [la Asunción] resulta que se equivocó en las medidas y el que hizo para aquí era demasiado grande y no cabía. Así que aquél lo mandó a Cantavieja y entonces hizo el de Jorcas algo más tarde. Era todo de madera laboreada dorado y pintado, con columnas retorcidas que llevaban hojas de parra y racimos de uvas. Arriba del todo estaba igual que ahora un crucifijo grande como un hombre de verdad, blanco, blanco y debajo la Virgen subida por los ángeles.
Por encima de la Virgen había un gancho gordo pero de forja muy majo que se extendía y se encogía con una manivela y, el día de Corpus, lo extendía el sacerdote y se estiraba hasta cerca del púlpito y se descolgaba una bola como del mundo, que se abría al alzar a Dios como una flor o una mangrana y se levantaba una custodia pequeñica dentro. En el hueco de la derecha del altar había un San Miguel precioso y al otro lado un San José con el Niño Jesús de la mano ya grandecico. Las imágenes de ahora son las mismas pero aquellas eran más majas y más grandes y muchos angelicos por medio de las columnas…
La última noticia que tenemos hasta el momento de Francisco Moya es la certificación de haber terminado antes de 1766 el altar mayor en la iglesia de San Miguel y su actividad en la ciudad. Así pues de 1757 en adelante, los encargos parecen limitarse a trabajos en algunos pueblos cuando el escultor debía rondar los 60 años de edad. Quizá el mencionado altar para Cantavieja (176?) y sobre todo el retablo mayor de la iglesia de Jorcas, que con certeza se colocó en 1765 al terminarse también las pinturas dieciochescas del templo, fueran las últimas obras del escultor.
A partir de esa fecha, las figuras de Francisco Moya y su familia vuelven otra vez a difuminarse en el tiempo, al menos de momento. Desconocemos las circunstancias, año y lugar de su fallecimiento y la descendencia que el matrimonio Moya Gómez pudo tener. Probablemente sus sucesores, caso de haberlos, no se dedicaron a la escultura pero hay muchas preguntas por aclarar y quedan muchos documentos en los archivos diocesanos de Teruel y Zaragoza sin leer. Tal vez ahí estén aguardando las respuestas a todas sus incógnitas.
Lamentablemente en Jorcas, el pueblo que lo vio nacer, el único testimonio gráfico que tenemos de su obra es la deteriorada fotografía del altar de la ermita que una mujer escondió doblada en su pecho a mediados de octubre de 1936. Tanto el retablo de San José como el del altar mayor de la iglesia fueron destruidos, junto al resto de los objetos, altares y archivos, entre octubre y noviembre de 1936.
Lucía Pérez
Jorcas
Lucía Pérez
Jorcas
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