En cada pueblo siempre siempre hay algún que otro paraje que llama la atención a los vecinos. Puede deberse a la forma del relieve, al aspecto de las rocas, al uso del espacio o por varias de ellas u otras causas. En Monteagudo del Castillo, uno de los parajes más queridos por sus gentes es La Salobreja.
Se trata de un pequeño e irregular valle, casi cerrado entre montañas que se eleva por encima de los 1.400 m de altitud. Recoge unas aguas que, tras salir con dificultad por la Cerrada Estrecha, alimentan al Mijares, ya en el término de Cedrillas.
En La Salobreja llama la atención la extensión de su suave planicie ...
en la que se desarrollan unos preciados prados, antaño muy aprovechados por la ovejas y hoy en día por las vacas ...
La calidad de los prados tiene una doble explicación que, en realidad, es solamente una: la naturaleza de las rocas que en ella afloran. Se trata de unas arcillas de intenso color entre rojo y morado.
Estos materiales, al ser de naturaleza impermeable, obligan a aflorar a las aguas subterráneas que se han infiltrado en las rocas calizas de su entorno. Por ello, en este valle alto son numerosos los manantiales. Por otro lado, las arcillas son rocas con una gran capacidad de retención hídrica.
Agua abundante, terreno llano y escasa evaporación son factores que favorecen el desarrollo de la vegetación. Los bosques originales de pino royo y de sabina albar fueron transformados hace siglos en prados. Los prados que vemos hoy y que desde hace tiempo llevan alimentando a grandes rebaños.
En rosa, las arcillas del final del Triásico (Keuper), en azul calizas del Jurásico Inferior. |
Las arcillas que afloran en el fondo del valle de La Salobreja son las mismas que lo hacen en una gran parte de la actual península Ibérica y de Europa. Se depositaron a lo largo de la última fase del Triásico (periodo final de la Edad Secundaria o Mesozoico), hace entre 220 y 210 millones de años.
En esa época no existía ni la península Ibérica ni las actuales cordilleras pero sí el Macizo Ibérico, conjunto de terrenos emergidos formados por rocas magmáticas y metamórficas, como las que pueden encontrarse en la parte occidental de la actual península Ibérica.
En el entorno de este macizo -y de otros similares- las plataformas continentales se vieron sometidas a un lento y prolongado proceso de hundimiento (subsidencia) que favoreció la formación de cubetas periféricas y someras. Se trató de un periodo árido. Los sedimentos de origen fluvial (lluvias torrenciales) y, sobre todo, los de origen eólico -detritos finos- fueron acumulándose en el entorno de los continentes que, al ir hundiéndose, no llegaban a colmatarse. Este hundimiento, a su vez, favorecía la entrada de agua marina en estas cubetas que, con frecuencia, llegaban a aislarse del mar abierto formando entonces albuferas.
La intensa evaporación favorecía la precipitación de las sales disueltas, especialmente sulfatos y cloruros entre las arcillas. Como en las actuales salinas, pero de forma natural.
Estos materiales reciben el nombre de Keuper, término alemán que alude a los colores abigarrados de las arcillas depositadas al final del Triásico. En la actualidad estos mismos procesos sedimentarios tienen lugar en ciertas costas del Golfo Pérsico, donde reciben el sebkhas.
La presencia de sales entre las arcillas triásicas de La Salobreja explica la salinidad de varios de los manantiales existentes en el valle y el propio nombre de la fuente.
La estabilidad de este sector de la corteza terrestre durante millones de años en el Triásico Superior favoreció el depósito de potentes capas de arcillas en las que se fueron intercalando yesos y otras sales. Durante este periodo se produjo un prolongado flujo de agua del mar a los continentes. Y, tras su evaporación, el almacenamiento de sales marinas entre sedimentos arcillosos.
Tiempo después, ya durante el Jurásico, cambiaron las condiciones ambientales y los mares cubrieron a estos materiales arcillosos (y los que ellos previamente habían sepultado) comenzando el igualmente prolongado depósito de calizas. Son las calizas que asoman en los montes del entorno de La Salobreja: el cerro de los Siete Lugares, San Cristóbal, El Cubico, las Lomas de Valdespino o los Cerros de La Fuente y de la Umbría Negra.
Los yesos y otras sales ofrecían a las arcillas una notable plasticidad. Cuando, concluido el Mesozoico, comenzaron los choques de las placas Africana y las microplacas del sur del actual continente europeo (orogenia Alpina), los materiales del Keuper funcionaron como una superficie de despegue de los sedimentos que soportaban, favoreciendo el levantamiento y el plegamiento de las calizas y de otros materiales jurásicos y cretácicos para formar las actuales cordilleras perimediterráneas, como nuestra cordillera Ibérica.
En esa época no existía ni la península Ibérica ni las actuales cordilleras pero sí el Macizo Ibérico, conjunto de terrenos emergidos formados por rocas magmáticas y metamórficas, como las que pueden encontrarse en la parte occidental de la actual península Ibérica.
En el entorno de este macizo -y de otros similares- las plataformas continentales se vieron sometidas a un lento y prolongado proceso de hundimiento (subsidencia) que favoreció la formación de cubetas periféricas y someras. Se trató de un periodo árido. Los sedimentos de origen fluvial (lluvias torrenciales) y, sobre todo, los de origen eólico -detritos finos- fueron acumulándose en el entorno de los continentes que, al ir hundiéndose, no llegaban a colmatarse. Este hundimiento, a su vez, favorecía la entrada de agua marina en estas cubetas que, con frecuencia, llegaban a aislarse del mar abierto formando entonces albuferas.
Estos materiales reciben el nombre de Keuper, término alemán que alude a los colores abigarrados de las arcillas depositadas al final del Triásico. En la actualidad estos mismos procesos sedimentarios tienen lugar en ciertas costas del Golfo Pérsico, donde reciben el sebkhas.
La presencia de sales entre las arcillas triásicas de La Salobreja explica la salinidad de varios de los manantiales existentes en el valle y el propio nombre de la fuente.
La estabilidad de este sector de la corteza terrestre durante millones de años en el Triásico Superior favoreció el depósito de potentes capas de arcillas en las que se fueron intercalando yesos y otras sales. Durante este periodo se produjo un prolongado flujo de agua del mar a los continentes. Y, tras su evaporación, el almacenamiento de sales marinas entre sedimentos arcillosos.
Los yesos y otras sales ofrecían a las arcillas una notable plasticidad. Cuando, concluido el Mesozoico, comenzaron los choques de las placas Africana y las microplacas del sur del actual continente europeo (orogenia Alpina), los materiales del Keuper funcionaron como una superficie de despegue de los sedimentos que soportaban, favoreciendo el levantamiento y el plegamiento de las calizas y de otros materiales jurásicos y cretácicos para formar las actuales cordilleras perimediterráneas, como nuestra cordillera Ibérica.
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