La cita comenzaba allá donde colindan las comarcas del Maestrazgo, Gudar-Javalambre y Comunidad de Teruel. Esto ya de por sí es un gran aliciente, nombres de mucho peso para todos los amantes de los paisajes montañeses con grandes dosis de autenticidad. Pero la cosa mejora y gana enteros cuando sabemos que nuestro guía sería el responsable de poner en marcha el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra.
Con él tuve la suerte de toparme allá por febrero de este mismo año, cuando la gestión del parque por un lado, y la búsqueda de nuevas e interesantes rutas por otro nos llevaron al mismo punto geográfico en el mismo momento. ¿Cita forzada? Quizás si… pero obligada también. Y es que cuando gestionas una empresa de turismo, enfocada en el turismo sostenible, y cuya base es el amor por nuestro territorio y el deseo de su conservación por los siglos de los siglos, acabar encontrándote con Chabier de Jaime es parte del guión.
Así pues, nuestro primer viaje con clientes al Maestrazgo (viaje de 3 días y 2 noches donde queríamos mostrarles no sólo lo más conocido, sino también grandes dosis de aquello menos conocido pero que a buen seguro no iba a defraudar) comenzaría con la visita al Alto Alfambra.
Reconozco que nuestros clientes esperaban algo grande de Cantavieja, Mirambel o La Iglesuela del Cid, pero quizás el Alto Alfambra era menos conocido para ellos, y sus expectativas estaban ahí, a la expectativa.
Bajamos del microbús en nuestro punto de encuentro, y en pocos minutos comenzaron a maravillarse con los detalles… El trinar de los pájaros, el escaso tráfico de la carretera que pasaba junto a nosotros, el paisaje salpicado por cultivos, monte bajo, bosque de ribera y ganadería extensiva… Y así, un sinfín de pequeños detalles que empiezan a cautivar poco a poco a un público prácticamente urbanita pero con un gran amor por el medio rural.
Enseguida llegaría Chabier, y con él la pregunta obligada de ¿cuántos habéis estado ya por estos lares? La respuesta era a buen seguro la esperada, apenas conocían, o conocían a muy grandes rasgos dónde estábamos ubicados, pero sin apenas detalle.
Nuestra ruta comenzaría con el Camino de los Pilones. Allí, en aquellas inmensas llanuras que nos invitan a acariciar el cielo con nuestras manos, y en las que se respira una tranquilidad inmensa, entendimos rápidamente que no siempre fue así, que si aquellos pilones estratégicamente ordenados existen, es a buen seguro porque hace ahora unos 300 años era una de las principales vías de unión entre estas comarcas turolenses y el levante peninsular. Posiblemente una de las obras más importantes de la época en lo que a ingeniería de caminos se refiere.
Bien, la visita empieza ganar calidad en tanto en cuanto las explicaciones de nuestro acompañante van sucediéndose. Y la sensación de no saber muy bien en qué territorio nos encontramos se va tornando hacia un sentimiento de estar paseando por un territorio cargado de historia.
De allí moveríamos al valle de Sollavientos. Llaman la atención las masías, y muchas son las preguntas que nos vienen a la cabeza. Entre masía y masía vemos y disfrutamos de esas imágenes de ganadería extensiva todavía viva, todavía rentable, todavía posible.
Haremos una nueva parada en la ermita de Santa Isabel, imagen icónica de este hermoso valle, y lugar ideal para continuar con nuevas explicaciones. En esta ocasión sobre la ganadería local, y el porqué del chopo cabecero. ¡Cuánta lógica hay detrás de cada elemento paisajístico!
El entender el porqué del Camino de los Pilones, el escuchar la razón de ser del Chopo Cabecero, hacen que nuestros visitantes disfruten infinitamente más del paisaje que aquellos otros que pasean por estos mismos lugares sin conocer bien el porqué de las cosas.
De una u otra forma, hace entender mucho mejor qué fue en su día estas sierras turolenses, y el cómo el ritmo atroz de la Europa posterior a la revolución industrial les ha afectado.
Por último subiríamos hasta el puerto de Valdelinares, situado a más de 1.800 m de altitud. Esto nos sirve también para darnos cuenta de otro factor característico de estas tierras, el hecho de encontrarnos en todo momento entre los 1.000 y los 2.000 mts no deja de llamarnos la atención. En todo momento, y siendo un público que el que más y el que menos ha andado largas jornadas de senderismo, hace que la comparativa con los Pirineos sea inevitable. Muchas similitudes, muchas diferencias. Hablamos de un paisaje muy elevado, pero sin grandes elevaciones. Quizás ahí radica la principal diferencia con los Pirineos, cuyo paisaje se basa en las grandes elevaciones, aunque sus pueblos han sido construidos en valles difícilmente por encima de los 1.000 mts.
Acabamos la jornada con una comida de grupo en Allepuz, allí disfrutamos, y escuchamos en repetidas ocasiones frases de satisfacción máxima sobre la visita del día en el Alto Alfambra, el haber conocido de primera mano ...
la historia que encierran los chopos cabeceros, y sus vínculos con el ser humano, y el saber que hoy en día puede que el GPS nos deje de funcionar, pero a buen seguro sabríamos llegar siguiendo los pilones hasta Villarroya de los Pinares sin temor a perdernos.
Carlos Díaz
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