domingo, 18 de febrero de 2018

LAS FIESTAS DE JORCAS: EL APRENDIZAJE COMÚN MÁS ESTUPENDO


No nací en estos pueblos, lo confieso. Desde Valencia y en un febrero, similar en frío al de este año, me llevaron a nacer a Teruel y ví la luz precisamente en el sitio que aún funcionaba como hospital y tal vez, al final, sea el Museo de la Guerra Civil o no sea nada más que los escombros de un montón de edificios -levantados a finales del siglo XVIII- despilfarrados. 

Mi madre y mis abuelos maternos sí eran de estos pueblos, de Jorcas. Ese pueblo pequeño al que, hace muchos años llegó una de esas personas estupendas –sacerdote de profesión- y comprendió que su labor allí no sólo era la rutina clerical sino la que constituía un compromiso humano real y de conciencia con el entorno.

Foto 1. Jorcas.- Vista general desde las Peñas Royas (Fotografía: Eliseo Herrero)

Esa persona despertó reacciones de todo tipo, pero, sobre todo, despertó las conciencias de un grupo de jóvenes entonces, cómodos y gruñones “veraneantes” que sólo pasaban en Jorcas algún tiempo de vacaciones en verano con el único propósito de divertirse, que se quejaban de las incomodidades “pueblerinas” y “se aburrían mortalmente”: No había agua corriente, ni duchas, ni piscina, ni cine, ni ni ni…

 
Foto 2. Jorcas.- Fuente del Barrio Bajo (Fotografía: Eliseo Herrero)

Su pregunta fue directa: ¿No había agua corriente? ¿Y qué hacíamos nosotros inmóviles? Seguramente nos miramos las caras, o no nos las miramos por vergüenza. Lo cierto es que empezamos a pensar en la cara de felicidad -el día que tuvieran agua en casa- de aquellas personas queridas que lloraban de alegría al vernos llegar cada verano y de tristeza en septiembre al marcharnos quedándose con los trabajos duros y la soledad en invierno, cada vez mayores y más desasistidos. 

El agua fue EL motivo que condujo a revivir las Fiestas de Jorcas. Por ella, con excusa de las Fiestas, llamamos a cuantos se habían ido y peligraba su vuelta, fue la convocatoria al reencuentro de una comunidad con sus luces y sus sombras de convivencia para emprender un proyecto común: el agua en los hogares, la posibilidad de tener grifos todos día y noche, invierno y verano, de fregar los cacharros, de una lavadora, de un cuarto de baño. La ilusión de mirar unas caras sonrientes al ver caer el agua por un grifo en las casas sin la obligación diaria de cargar con pozales y cántaros una vez tras otra.


Foto 3. Jorcas.  Mujer joven con las cargas de agua diaria (Foto cedida por A.I.V.)

¿Fue trabajo? Sin duda, pero pocos trabajos pueden ser más productivos, pocas recompensas pueden verse tan gratificantes y evidentes como el resultado de ése trabajo, tan repartidas en solidaridad, tan instructivas e intergeneracionales ¡Cuánto y cuántas cosas aprendimos todos sin darnos cuenta! ¡Cuántos obstáculos nos parecieron “una tontería” porque estábamos dispuestos a salvarlos en pos de un objetivo! ¡Cuántos malentendidos se diluyeron, cuántas puertas se abrieron y cuántas caras volvieron a encontrarse con abrazos y alegría! Y el logro fue mucho más que un triunfo. Fue… un Apocalipsis de alegría, fortaleza y unión.

 
Foto 4.  Jorcas.- Fiestas del año 1975. La orquesta de “Esparrell y sus muchachos” (Foto cedida por J.A. A.R.)
Muchos años después leí “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino y Tecla, una de sus “ciudades”, me recordó Jorcas.

Dice su descripción: El que llega a Tecla poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre. A la pregunta: “¿Por qué la construcción de Tecla se hace tan larga?”, los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba abajo largos pinceles responden: “Para que no empiece la destrucción”.


Foto 5. Jorcas.- Fiestas del año 1975. Pancarta para Exposición en el Ayuntamiento (Foto cedida por J.A. A.R.)

E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja: “No sólo la ciudad”. Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas pregunta: “¿Qué sentido tiene este construir? ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que seguís, cuál es el proyecto?” Responden: “Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir”. 

El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada y, señalando el cielo, los habitantes de Tecla contestan al viajero: “Ése es el proyecto”.

Foto 6.  Jorcas.- Noche en la Chopera. (Foto cedida por L. P.)
Gracias a ésa persona, sacerdote convencido de cuál era el verdadero meollo de su profesión, Jorcas ha vivido muchas cosas buenas y menos buenas a lo largo de estas décadas, ya con grifos en sus viviendas. El tiempo nos ha marcado a todos y se ha llevado, siempre demasiado pronto, a gentes inolvidables desde entonces. Gentes a las que agradecer su iniciativa, su tesón, su alegría, su entrega, su ingenio, sus muchas y diversas capacidades puestas, sin horario ni sueldo, al servicio de una Comunidad tan pequeña como este pueblo.


Foto 7. Jorcas.- Zuecos del artesano José Martín. (Foto cedida por J.L. M.)

De todos es el mérito y por eso a nadie pongo nombre. No son las Fiestas lo importante a destacar sino los objetivos y aprendizajes que cada fiesta debe llevar consigo -además de preparar la diversión común- y convierten a cada uno en mejor persona y más feliz. Hay algo en todo eso que cambia el “trabajo” en FIESTA colectiva. 

Por lo que a mí respecta, forastera “apegada” por familia a esta continuada experiencia, lo único que puedo y quiero deciros es: GRACIAS POR DEJARME PARTICIPAR EN ELLA y en su permanente construcción.


                       Foto 8. Jorcas.- Antigua puerta del horno comunal. (Foto cedida por L. P.)
Lucía Pérez (Jorcas)

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